Taza de café

Han pasado los años, ciertamente entiendo que no pudimos detenerlos, no quisimos, ni si quiera lo intentamos. Nos reconciliamos a solas con nuestro pasado, mientras a hurtadillas la vida iba reconstruyendo lo que dejamos roto cuando partimos.

Sentí algo de ansiedad, mirando cada 2 minutos la puerta de la entrada del café. Usualmente soy insoportablemente impuntual, es algo que aborrezco en mi. No estoy seguro ahora mismo, pero podría asegurar que escuchaba las manecillas del reloj que estaba a unos 3 metros de mi; mi paciencia estaba desbordante.

Observe el móvil.

-Estaré ahí 3:30, puntual.

Leí el ultimo mensaje, y observé la hora. <<3:40>>.

-Comprare un diccionario para leerle el significado del termino puntualidad.

Recité en voz alta, me pasa seguido que pienso tanto las cosas que termino por decirlas inconscientemente.

-¡Vaya! hay cosas que no cambian, Javier. Sigues hablando solo.

Camila llegó mientras discutía conmigo mismo, me dio un beso cerca del oído que consideré era un saludo mal calculado. Me sobresalté, me espantó su repentina llegada y eso que la estaba esperando.

-Prefiriria un «Hola, ¿cómo estás? Pero coincido contigo, hay cosas que nunca cambian, por ejemplo el hecho de que me hagas esperar y no lo digo por tu elegante llegada a destiempo.

-Lo siento, «Hola, ¿cómo estás? Espera, no lo digas, quiero decirlo por ti. Maravilloso, y sin que la edad pase por ti, ademas de que al comida no tiene esa maldición que en cambio si tiene conmigo. Sobré mi retraso, recuerdo perfectamente que un día me juraste amor eterno, sin importar si eres retrasada o muy astuta.

Me río y agacho la cabeza, quería guardar la compostura, no me iba a desarmar tan rápido.

-Verás, tengo una opinión diferente sobre ti y la comida, y también sobre el retraso.

-¿Me las dirás?

-Si te sientas quizás lo considere.

-Es verdad, ni si quiera me he sentado.

-Que bueno que ya lo notaste, estaba por pararme para estar a la altura… bueno…

-Soquete, la vida me dejo en tamaño miniatura, como todo lo que es valioso.

-No discutiré eso, Camila.

Sentí ese frío en la frente, el mismo frío que me ocasionaba los nervios hace diez años, no tengo duda alguna; el corazón tiene memoria. La observé intentando retener los recuerdos y apreté la mandíbula.

-mmm, el escritor está sonrojado, o ¿nervioso?

-Ninguna de las dos, vanidosa.

-No era por vanidad, pero me gusta que pierdas tus super poderes, que dejes de sentirte un Dios, alguien tocado por lo mas sagrado del Olimpo.

-Imposible, señorita… señora.

Fui arrogante a propósito, realmente mucho de eso había desaparecido, no se me notaba aun la edad, pero, insisto, el tiempo no se detiene, y todos maduramos algún día.

-Eso de señora no me va,  prefiero de ti un Camila. Puesto que amor, sería muy cursi, y supongo que el gran Javier no me daría el privilegio de llamarme nuevamente de esa manera.

-No diré nada sobre eso.

-Estoy acosando al escritor.

-Prefiero de ti un Javier. Puesto que escritor, sería muy cursi, siendo tú la culpable.

-Ya empezamos a repartir culpas, caray. Pero, te confieso que está me gusta. Algún día le conté a alguien en el trabajo, pero, no me creyó. No insistí, y descubrí que era cruel ser alguien que jamas nadie creería que soy.

-Esa era la intención.

-¿Ser cruel?

Arquea la ceja intimidante. La observo divertido hasta que me percato que mis manos están sudando.

-No, lo del anonimato, sería menos interesante para quien me lee si supieran quien eres.

-Te averguenzas, maldito.

-No, ni de broma lo digas. En ocasiones quisiera decirles quien eres, pero me van a matar cuando sepan que mentí tanto sobre ti.

-Si, exageraste sobre mi en ese libro.

-Todo lo contrario, quedé muy corto sobre ti. Es por eso creo que me echarían a la hoguera.

Observo a una joven mesera y alzo la mano para poder ordenar un café. Hicimos silencio un par de minutos, tenia mucho por escupir, por saber, pero quería que ella hablara.

-Acerca tu silla, Javier.

-¿Ya empezaras a seducirme? Pide que le agreguen alcohol a mi café, así todo será mas fácil.

Le digo divertido y acerco mi silla junto a la de ella.

-No, no quiero seducirte.

-¿Entonces?

Me toma con tanta fuerza que se escucha un ligero crujido en mi cuello, el cual hizo que la parte trasera de mi cerebro sintiera dolor. Su mano se aferra a mi cuello y su boca comienza a acercarse… Cierro los ojos y de nuevo los recuerdos vienen a mi. Marzo, 10 años atrás, por ahí de las 2:00 de la tarde, en medio de no sé cuanta gente, con mi mejor amigo montado en su moto y bajo su chaqueta de piel… estábamos besándonos, hace diez años, y diez años después. ¡Alucinante! No hice nada prácticamente, como una fuerza magnética o sobrenatural todo pasó, y de nuevo hicimos silencio sin que yo apenas pudiera abrir los ojos.

Publicado por Eduardo Horta G'

Escritor, autor del libro "Cien días después de ti". Pueden leer mi libro acá http://my.w.tt/UiNb/wSX4renNLB

Deja un comentario