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Y, ¿por qué no? En esa vida

Solía

Solía escribir para no extrañarte y te extrañaba cuando escribía; la melancolía de solo tenerte en la tinta. Lejos, pues, de aquellos días en que te acurrucabas en mi pecho, cerquita del palpitar, de lo que éramos juntos. Solía pensarte para dejar de extrañar tu ausencia y te extrañaba más cuando te pensaba; la melancolía del último abrazo que me diste sin apenas ser consciente de que no te volvería a ver, a tener, a sentir.

Dejar todo lo anterior atrás

No hay muchas maneras para empezar a contar una historia

No hay muchas maneras para empezar a contar una historia, la mayoría de ellas empiezan con; había una vez. Bueno, la mía también podría comenzar así, porque existió esa vez, en ella, en todo el fuego que había en mis manos cuando la tenía, en el frío que se formó en mí cuando se fue.

Y es que para empezar se fue de la manera más ruin, y no me refiero a lo que me hizo; me refiero que se fue cuando yo más latía por ella, y eso es ruin.

Me hundió a lo más profundo donde puede llegar el ser humano, mi zona cero. A la que nunca nadie había llegado… ya saben, amar hasta que el corazón se escapa de ti, amar hasta que olvides que después de eso la vida tiene que seguir, amar hasta que te matan pero sigues vivo, ¡QUÉ IRONÍA!

Pero así fue, yo era un zombie. Aunque no soy un caso único. Después de que te patean el trasero de esa manera cualquiera queda como Zombie…

Te amputan el corazón y duele tanto que el dolor no te deja morir.

Después de ella siguió el alcohol; tuve la fiesta más larga de mi vida. Y no me refiero al tiempo, si no a como sentía dentro de mi.

Un día y el otro también. Besar la copa aleja las memorias, aunque tratándose de ella, me las traía de regreso. Fue en esos días en que la música tuvo más sentido; y vaya que soy fan de la buena música.

Despertaba con la resaca que deja el alcohol solo para enfrentarme a la resaca que deja haber perdido al amor de tu vida.

Quería vomitar, y no precisamente por el alcohol. Quería vomitar el miedo a perderlo todo. Empezar de cero y sobre todo, haberme dado cuenta que no era tan insensible como pensaba.

Era una fatiga, ¿conocen los círculos viciosos? Me había metido en uno. Un círculo vicioso que en resumen se trataba de recordarme en sus brazos, luego en su boca, para terminar en sus ojos. La maravilla que es verte reflejado en los ojos del amor de tu vida.

El veneno mata al veneno, dicen, y yo estaba intoxicado desde las venas. Carajo, se me había metido hasta el fondo de ellas. Y de ahí nadie sale, así que mis intentos por obviedad fallaban y fallaban.

Dormía ebrio y cuando despertaba me mantenía igual, pero sin una gota de alcohol, Porque yo estaba ebrio por aquel día… las llamadas que no me respondió, la angustia que sentía por no saber de ella, una angustia que solo era el preludio de una muerte anunciada… como recita una de mis frases favoritas.

Nunca había gastado tanto en olvidar. Todo tiene un precio, dicen, pero ella es invaluable. Aún con la pérdida de valor que pudo tener el hecho de haberme sido infiel en el momento de mi vida en que más fiel yo había sido.

Me había prometido ahorrar para un coche, así que me volví cuidadoso con mis gastos. Jamas imaginé que estaba ahorrando para sobrevivir a un rompimiento. Fue como comprarme un paquete funerario, porque sin exagerar; yo sentía que estaba muerto. Incluso me parece ridículo recordar todo lo que gasté pero, ¿a quién le importa eso cuando perdiste a la chica de tus sueños? La verdad no sentía el gasto, el alivio que me generaba el alcohol valio la maldita pena. No entiendo porque no terminé perdido en el vicio. Estaba vulnerable y cuando alguien está vulnerable suceden esas cosas. Gracias a Dios, a mí el amor me reconstruyó, porque aún con todo; no la odiaba… la víctima amando al victimario. El síndrome de Estocolmo viviendo en mí.

Cuando por fin apareció, me dio la peor noticia del mundo; estaba enamorada. Esperen… No de mí, de otro sujeto con el cual no había compartido más de 4 años como conmigo. Mis ojos se entumecieron, me sentía anesteciado. Como cuando escuchas todo a la distancia. Me había ido lejos y sin embargo me mantuve de pie para que su último recuerdo de mi fuera ese y no el drama total.

Gracias por todo

Me había vuelto bipolar, odiaba y amaba en segundos. Pero no era tu culpa, es decir, ¿cómo podría culparte de mis propios sentimientos? También era arrogante, más de lo que soy ahora. En cierta medida era eso lo que me hacía bipolar, una lucha tan feroz contra lo que sentía. Hasta el aire era amargo, bueno, normalmente el aire no tiene sabor, pero en esas circunstancias se lo encontré. Vamos, en ocasiones cambia todo; eras esa excepción a la regla. El rayo de sol que nunca llegó, la gota de agua que terminó por vencer a la roca. ¿Comprendes? Algo muy grande, más que todo mi ego. Y para entonces yo tenía una muralla a manera de escudo. Pretendía protegerme de ti y de todo lo que podías hacer conmigo. Era tu lienzo en blanco, y el problema es que no tenía una idea de los colores que utilizarías sobre mi. Porque contigo eran en ocasiones grises, otros oscuros como a la media noche en invierno, y también coloridos, llenos de vida, como cuando la primavera azota el patio trasero. Insisto, bipolar, con cambios tan constantes que no alcanzaba a asimilarlos. Eras el frío al lado de la hoguera, que estupido, ¿verdad? La primavera en el polo norte, el copo de nieve sobre la braza, la tinta que escribe bajo la tormenta, la cruda que tiene el abstemio, la música favorita de un sordo. Eras tan frágil, tan bipolar, que me convertí en ti. Sin quererlo, me impregné de todo lo que siempre había huido. Y ahora sólo me queda un mensaje, más bien, tres palabras, «gracias por todo».

-Eduardo Horta G